El castigo eficaz y constante del genocidio, una tarea pendiente de la comunidad internacional

Manuel Miguel Vergara Céspedes. Director del Departamento Legal FIBGAR
Madrid, a 8 de diciembre de 2016. Hace
poco más de un año, en septiembre de 2015, la Asamblea General de la ONU
declaró que, de ahora en adelante, el 9 de diciembre fuera recordado como el “Día Internacional para la Conmemoración y
Dignificación de las Víctimas del Crimen de Genocidio y para la Prevención de
ese Crimen”. Esta fecha no es caprichosa. Se estableció a modo de
aniversario por ser el día en que se adoptó la Convención para la Prevención y
la Sanción del Delito de Genocidio en el año 1948.
En aquel momento, la comunidad internacional seguía resentida después de uno de los hitos que ayudaría a encumbrar al siglo XX en la ominosa lista de las centurias más sangrientas y violentas de las historia, la Segunda Guerra Mundial. Ese conflicto armado global no era sólo uno especialmente cruento por su número de bajas militares en ambos bandos, ni por la profunda implicación internacional que le valió el apellido de “mundial”. La barbarie que dejó atrás se palpaba en las montañas de cadáveres, cámaras de gas y campos de concentración que daban testimonio fiel de la comisión de un delito que hasta entonces no tenía nombre: el genocidio. Fue Raphael Lemkin quien bautizó al crimen de los crímenes; aquél descrito como el conjunto de actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso.
El impacto que la definición y reconocimiento de este delito tuvo en el derecho internacional es inmensurable. Esta especie de versión cualificada de crimen de lesa humanidad junto con los crímenes de guerra forma parte de la cúspide de lo internacionalmente reprochable. Presenta la línea roja que ningún Estado debería cruza. Activa las alertas de la comunidad internacional y ofende a la humanidad en su conjunto. Pero también presenta una consecuencia quizás no tan evidente: es uno de los motores de la jurisdicción universal. Este criterio de competencia judicial afirma que todo tribunal interno tiene la facultad u la obligación de investigar y, en su caso, enjuiciar delitos internacionales con independencia del lugar donde se hayan cometido, de la nacionalidad del posible responsable, de las víctimas o de la existencia de cualquier otro vínculo de conexión con el Estado que ejerza jurisdicción, mediante la aplicación del Derecho Penal Interno y o Internacional. El genocidio, como atentado contra toda la humanidad, permite que cuando sus víctimas no encuentren justicia en su país puedan llamar a la puerta de cualquier otro juzgado del planeta.
Las expectativas son altas y los resultados en ocasiones desesperanzadores. A pesar de que la jurisdicción universal ha servido a damnificados de delitos de lesa humanidad y de crímenes de guerra de zonas tan dispares como Guatemala, Chad, Argentina o del propio Holocausto, los genocidios se siguen cometiendo hoy. Haberle puesto nombre y diseñado instrumentos para su supresión no ha sido suficiente. En efecto, se trata de una atrocidad fácil de reconocer, pero difícil de probar ante un juez. Esto es porque lo que hace que el genocidio sea tal no es necesariamente el número de muertos, sino su condición vulnerable a los ojos del perpetrador para el cual, desde su nacimiento, siempre serán parte de un grupo nacional, étnico, racial o religioso que debe ser exterminado. Es ahí donde radica gran parte del reproche: pretender aniquilar a los miembros de una comunidad por el mero hecho de nacer en ella. Es por ello, que la estrategia judicial ha demostrado la valía de acusar a grandes genocidas como culpables de crímenes de lesa humanidad en su lugar, ya que basta con demostrar el hecho (atacar de ciertas formas a la población civil de manera general y sistemática) y su conocimiento, sin ese “plus” de anhelo genocida.
El castigo eficaz y constante del genocidio es una tarea pendiente de la comunidad internacional. Sin duda. Pero antes viene la prevención. Cada vez que una minoría es demonizada o cosificada por la mayoría en un Estado. Cada vez que estalla un conflicto armado por razones racistas o religiosas. Cada vez que los gobernantes dedican sus esfuerzos a segregar, perseguir o a emitir mensajes de odio contra un grupo. Cada vez que eso sucede, podría estar orquestándose un genocidio. O peor aún, podría estar ya teniendo lugar. Esta jornada busca crear conciencia sobre una de las peores atrocidades que el ser humano es capaz de hacer, además de conmemorar y honrar a sus víctimas y su memoria. En un día como hoy recordémoslos, honrémoslos y sobre todo, permanezcamos atentos.